JABÓN CHIMBO
Pompas de toffe
Jabón Chimbo
«Tiene aspecto de caramelo. De Toffe para ser precisos. O de Toffee, puestos a ser puntillosos. Pero no le hinquen el diente. Es un consejo. Porque el Chimbo no es caramelo. Aunque tampoco jabón. Es “el Jabón”. El que ha frotado cuerpos y cabezas de varias generaciones. Daba igual que fueran ricos, clases medias o gente sin posibles. Nunca hizo distinciones. Lo suyo era rascar hasta dejarnos brillantes. Lograrlo no era fácil. Porque algo tiene la rodilla con la mugre, que no sabe vivir la una sin la otra.-¡Si es que no sé dónde te has metido!-exclamaba la madre, mientras la abuela frotaba las piernas con arte. –Tranquila hija, que con el Chimbo se va-. Y se refería tanto a la incrustada en la piel, como a la que se aferraba al pantalón. Que el verdín no hace distinciones. Así que el jabón seguía a lo suyo. Sin inmutarse. Sin desgastarse. Conozco pastillas que han vivido más que Matusalén. Adquiriendo formas caprichosas. Desgastadas por los lados. Modeladas por el uso y por ese escultor que llaman tiempo. Pero ahí siguen. Impertérritas. Dispuestas a seguir limpiando hasta el fin de los días. Incluso, si se tercia, pueden ser receta. Por ejemplo, para el acné adolescente y el grano traidor. A él le debemos muchos, triunfales citas y llevar buena presencia. Por eso sigue entre nosotros, dale que dale. Primero a la abuela del abuelo, después al padre de la madre y ahora a la hija del hijo. Que lo suyo es limpiar en familia. Por eso, cuando tengan en sus manos un jabón Chimbo recuerden que, en cada frotada, hay siglo y medio de cariño.
Nuestro agradecimiento a Tomás Ondarra y Jon Uriarte.